Africano por nacimiento, San Adrián fue Abad de Nerida, un monasterio Benedictino cerca de Nápoles, cuando era muy joven. El Papa Vitalino pensó designarlo, por su ciencia y virtud, como Arzobispo de Canterbury pero Adrián consideró inmerecida tan gran dignidad, y pidió al Papa que nombrara en su lugar a Teodoro, monje griego. El Papa accedió, con la condición de que Adrián acompañase a Teodoro a Inglaterra y fuese su consejero, en la administración de la Diócesis de Canterbury.