El pecado nos alejó del paraíso y la comunión con el gran YO SOY, pero Cristo bajó del cielo y nos trazó el camino de vuelta a casa - Un velo, en el templo y el tabernáculo, nos separaba de la gloria del Señor; traspasarlo representaba peligro y maldición dado que Él es Santo, Santo, Santo y nosotros viles pecadores. Apenas una vez al año, un sacerdote tembloroso y penitente, a causa de sus propios pecados, tenía la oportunidad de acceder por unos minutos al estrado del Señor a implorar misericordia, derramando sangre de un sustituto. Y entonces, bajó del Cielo el Sacerdote perfecto; inocente y sin defecto - puro, sublime, sin corrupción ni culpa - y ofreció no la sangre de un animal sustituto, sino la suya; "angustiado y afligido, como Cordero". Y por esa mediación perfecta, por Su sacrificio vicario y por Su justicia sin mácula, el velo se rasgó y el camino a la gloria se nos abrió.
ACERQUÉMONOS PUES CONFIADAMENTE - por los méritos de Cristo, por las llagas del Segundo Adán, por la mediación de Emanuel y con la fe puesta en el Sumo Sacerdote Celestial, lleguemos al trono de la gracia para hallar misericordia, perdón, reposo y plenitud de vida.
Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro. (Heb 4:16)