En un mundo que idolatra la productividad y desprecia el silencio, el mandamiento de guardar un día para Dios parece, para muchos, una reliquia inútil o una cadena legalista. Pero el Día del Señor —el domingo cristiano— no es una carga ni una excusa religiosa para el ocio, sino un regalo del cielo, una bendición del pacto y una orden sagrada.
Dios, en Su sabiduría paternal, nos da un día para cesar de nuestros afanes, orientar el corazón, y deleitarnos anticipadamente en la gloria futura. Este día no nos fue impuesto por Moisés ni inventado por los reformadores: fue santificado por el Creador, ratificado por el Redentor, y celebrado por la Iglesia desde sus inicios como un día de REPOSO EN CRISTO, celebrando Su victoria sobre el sepulcro y Su gobierno supremo.
Consideremos al Domingo como nuestro SHABAT (nuestro reposo).
"Acuérdate del día de reposo para santificarlo… porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, Jehová bendijo el día de reposo y lo santificó."
Éxodo 20:8,11