En este segundo episodio sobre MIguel Hernández, el respetable público (o sea, usted) se libra de oírme cantar como en el primero, cuando acometí, sin vergüenza ninguna, las "Nanas de la cebolla" con una guitarra desafinada. Recito aquí sonetos de "El silbo vulnerado" y "El rayo que no cesa", para quitar el mal sabor de oído.