Como la embarcación se movía a una velocidad vertiginosa, San Juan Bosco junto con otros clérigos, hacían todo lo posible para que los jóvenes no cayeran al agua y para salvar a los que tenían la mala suerte de sí caer. Pero nuevamente, hubo algunos que no quisieron obedecer y se lanzaron al agua. Todos fueron devorados por las bestias o arrollados por las olas.