En el S. IV, en Egipto, Santa María Egipcia, que había sido una pecadora, se retiró al desierto para hacer penitencia. Un día caminó sobre el río Jordán para poder alcanzar la orilla opuesta donde le esperaba el monje Zósimo con la Eucaristía.
En 1472, durante la guerra entre Volterra y Florencia, un soldado florentino, en un arrebato de ira contra Jesús sacramentado, arrojó una píxide con varias formas contra una pared de la iglesia. En ese momento todas las partículas se elevaron milagrosamente, iluminadas con una luz misteriosa, quedando suspendidas por un tiempo prolongado.
En la Pascua del año 1570, en Veroli, y mientras los fieles oraban, el Niño Jesús apareció en la Hostia expuesta y, desde allí, obró numerosas gracias.