Se continúa explorando la integración entre la psicología y el cristianismo, destacando aspectos comunes entre ambas áreas y la necesidad de consejeros que puedan abordar tanto lo psicológico como lo teológico. Cuestiona la efectividad y los peligros de la psicoterapia sin base bíblica, y argumenta que la verdadera transformación proviene del cristianismo, no del pragmatismo. También plantea dudas sobre el uso de medicamentos psiquiátricos y critica a algunos consejeros cristianos que adoptan conceptos psicológicos sin una base bíblica sólida.