En esta meditación, Abelardo nos coloca a los pies de la cruz, junto a la Virgen. Nos habla de la tranquilidad que tuvo que experimentar la Dolorosa cuando José de Arimatea le ofreció ese sepulcro nuevo. De esto, concluye que así también nosotros tenemos que ofrecernos totalmente a la Virgen, pues aunque solo seamos miseria, Ella nos transforma.