La música tiene un poder ilimitado para tocar el alma, de ahí que fuese ganando presencia en las procesiones conforme fueron sucediéndose los siglos. La Semana Santa sevillana pasó así del silencio místico del siglo XVI a la explosión regionalista de López Farfán en 1925, asumiendo los acordes fúnebres de Gómez Zarzuela o las notas impresionistas de la familia Font. El impacto emocional y el arraigo identificativo de estas composiciones hacen de la marcha procesional una de las creaciones artísticas más profundas y reveladoras de la religiosidad popular.