En el Evangelio se nos presenta la narración de la tempestad calmada, el mar que fue objeto de una enorme tormenta y los hombres que iban en aquella barca temieron ser tragados por él. Y Jesús estaba en la popa del barco, durmiendo después de haber predicado, curado enfermos... cansado por todo lo que hacía por amor a nosotros. Y le despertaron: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?». Y el Señor se puso en pie. Increpó a las olas y al viento: «¡Silencio, enmudece!». E inmediatamente vino una enorme calma.