Nació en Languedoc, Francia, en 1310. Después de estudiar entró de monje benedictino. Dadas sus cualidades de diplomacia, los Sumos Pontífices que vivieron en Aviñón lo emplearon como embajador en varias partes. Estando en Nápoles llegó la noticia de que había muerto el Papa Inocencio VI y que había sido elegido sucesor. En sólo un día fue consagrado obispo y coronado como Papa. Se preocupó de que los que trabajaban en la Corte Pontificia fueran un verdadero modelo de vida cristiana, y luchó también para acabar con las malas costumbres de la gente. En 1366 decidió volver a Roma, y lloró al ver el estado de la ciudad. Se dedicó entonces a reconstruir los monumentos y edificios religiosos de la ciudad y a restablecer el orden. En 1370, al empezar de nuevo las revoluciones, Urbano volvió a Aviñón. Murió el 19 de diciembre con fama de santidad.