Ya instalados en la tierra de Canaán, los israelitas tendrían que llevar las primicias de su primera cosecha al santuario. Una figura de dar al Señor lo mejor de nuestras vidas y de nuestros bienes. Cada tercer año tendrían que compartir sus diezmos con los menos privilegiados en su aldeas. Se ratifica el pacto, Dios promete cumplir, el pueblo también.