Inmaculada Doncel comenzó a los 12 años a preguntarse por el sentido de su existencia y el papel que Dios tenía en ella. En su vida solo encontraba rutina, aburrimiento y sinsentido. En la adolescencia entra en una profunda crisis por falta de amigas de verdad. Llora todas las noches y echa a Dios la culpa por su estado. Sin ilusión por vivir y deseando morirse, una compañera de clase la invita a una reunión donde se habla de Dios. Esta reunión y un campamento de verano cambiarán toda su vida hasta llegar a consagrarse a Dios en las Siervas del Hogar de la Madre.