El Reino de Dios tiene como objetivo central establecer justicia en toda la tierra, no mediante política mundana, sino por la obra transformadora del Mesías y Su pueblo. Jesús vino no como gobernante político, sino como siervo que, a través de Su obediencia, ejemplo, y verdad, promueve justicia genuina. Su Reino crece por medio de discípulos que lo reflejan en justicia y rectitud, y cuando esta comunidad florece, transforma naciones enteras. La historia confirma que la influencia del Reino ha elevado la moral, abolido injusticias y promovido el bien común. A diferencia de Israel, que fracasó en producir el fruto deseado de justicia, el Reino ahora ha sido confiado a una nueva nación santa, compuesta de judíos y gentiles fieles en Cristo, para dar ese fruto. La Iglesia, aunque imperfecta, es llamada a ser la viña productiva del Señor, y su fruto debe ser visible en actos justos y un conocimiento profundo del carácter de Dios. Aunque no todos responderán al evangelio, el Reino continuará creciendo hasta llenar la tierra con justicia. Nuestra responsabilidad es fidelidad; el resultado final está en manos de Dios, quien hará brotar Su justicia en la tierra como un río imparable.