Durante la tercera aparición, la Virgen mostró a los pastorcitos de Fátima dónde iban las almas de las personas condenadas, es decir, les enseñó el infierno. Les insistió también en la importancia de rezar y ofrecerse por la conversión de los pecadores. También les profetizó que, si el mundo no se convertía, vendría una guerra mucho peor, la que luego fue la terrible Segunda Guerra Mundial.