El rey Alfonso VIII llevaba una vida desordenada, llena de pecados. Pero después de escuchar a santo Domingo de Guzmán una predicación sobre el Rosario y sus beneficios, comenzó a rezarlo todos los días durante un año, consiguiendo así, de manos de la Virgen, no solo victorias en numerosas batallas, sino lo más importante, el perdón de todos sus pecados.