María Ángeles Moreno y Santiago Vázquez son testigos de que el sufrimiento, aceptado y vivido con Dios, no solo se convierte en una gracia de conversión, sino también en una fuente de alegría. Por eso afirman, aunque parezca paradójico: «La muerte de mi hija me resucitó». Ciertamente lo hizo, pero a nivel espiritual: «En el momento en el que murió mi hija, pedí un sacerdote para confesarme». Fue el primero de los milagros que el Señor obró en la vida de María Ángeles y de Santiago después de la muerte de su hija, a los diecisiete años, a causa de una insuficiencia cardiorrespiratoria aguda. En ese momento de tan gran sufrimiento, Dios salió a su encuentro no solo para consolarlos por la pérdida de su hija, sino para la conversión de sus vidas y un cambio radical en su fe. A partir de ese encuentro personal con el amor de Dios, María Ángeles y Santiago encontraron el sentido de sus vidas y de su matrimonio. La alegría de saber que Dios está vivo y el deseo de que todo el mundo lo sepa los llevó de forma providencial a formar parte de la «Familia misionera del Verbum Dei».
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