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Los límites entre el sexo y el género han sido un gran tema en estos últimos tiempos, pero en el deporte competitivo se ha transformado en un problema mayor.
Dice Carlos Arribas (El País, 2019) que para poder distinguir entre masculino y femenino se hacía una inspección visual, lo que transformaba esta experiencia en algo muy humillante. ¿Cómo? En los 60 del siglo pasado, las mujeres tenían que desfilar desnudas frente a un grupo de expertos para asegurarse de que no tuvieran “atributos sexuales masculinos”. Luego evolucionó, en los 80, a un método genético para distinguir entre cromosomas “xx” en el caso de lo femenino, y “xy” en caso de lo masculino. Pero la realidad siempre busca las maneras de complejizar las cosas; en este caso, la mera distinción genética ya dejó de ser suficiente cuando, a raíz de varios casos, la distinción del hombre y de la mujer ya no era tan blanco y negro.
Uno de esos casos es Martínez Patiño, quien pese a ser, sentirse y vivir como una mujer, la aparición de un cromosoma “y” en su prueba genética la excluyó de muchas competiciones por años, eso, hasta que pudo ganar la demanda que dejó de lado dicha prueba.
Otro caso emblemático es el de Caster Semenya. Es emblemático, porque luego de eliminar la prueba del cromosoma, cada federación buscó la mejor forma de discriminar acorde a sus necesidades particulares. Una de esas es la de Atletismo, quienes usaron la testosterona como fórmula para hacer la distinción. Así, ellos dijeron que para participar en la categoría femenina, deben tener un nivel de testosterona inferior a 5 nanomoles por litro de sangre (El País, 2019).
Caster Semenya, sudafricana y dos veces campeona olímpica, tiene un cuerpo que produce mayores niveles de testosterona que lo normal en el género femenino biológico, según las distinciones arbitrarias de la Federación Internacional de Atletismo (IAAF). Esto significa que Semenya está obligada a tomar fármacos para disminuir sus niveles de testosterona si quiere competir, sufriendo así los muchos efectos secundarios que aquellos producen. Y así como ella, hay muchas mujeres obligadas a tomar estos fármacos. Todas ellas africanas. Esto, según el reclamo que han planteado tanto Semenya, como la Federación Sudafricana e incluso la Asamblea de las Naciones Unidas (El País, 2019).
Es necesario que se replanteen los límites simplistas de otros tiempos. Hoy, las distinciones arbitrarias antes descritas permiten sostener que la distinción entre lo femenino y lo masculino es una situación compleja y bastante más integral que una medición química o biológica.
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